22 de octubre de 2011

En torno a Miłosz (I)


El verano dio bastante de sí en cuanto a lecturas. En otros aspectos de la vida dio más y sobre todo más gratificante pero no es el caso ahora. Durante varias semanas, en los ratos libres que dejaba la maldita novela, uno se entregó a la lectura de Tierra inalcanzable, la antología de Czeslaw Miłosz publicada por Circulo de Lectores/Galaxia Gutenberg con traducción de Xavier Farré.

Hacía años que perseguía su obra poética. Cuando trabajaba en un poemario que quedó inconcluso y abandonado por fallido, uno buscó durante varios meses el poema que dedicó al Jardín de las delicias de Hyeronimus Bosch hasta que consiguió, al menos, una traducción inglesa que no entendió del todo (la traducción de Tusquets de 1984, parcial, no lo contenía y, además, no la encontré en ninguna librería, ni siquiera en algunas de viejo que frecuentaba). Y no acabó el poema que debía encabalgarse con el de Miłosz y que constituía el núcleo del volumen hasta que estuvo en sus manos. Desde entonces la posesión de sus textos en una lengua accesible se convirtió en una manía recursiva que, por fin, este año se vio saciada.

Y como siempre sucede: cuando se ansía tanto algo y se obtiene, la decepción se incrementa proporcionalmente al anhelo. Aunque he pasado muchos días acompañado de sus poemas como única lectura y la experiencia ha sido singular y algunos poemas volverán a releerse, el conjunto de su obra no se integrará en ese cánon subjetivo que uno va construyendo con los años. Detalle trivial, por otro lado: nadie discutirá por ello su lugar en el canon objetivo. Más bien este juicio negativo de un insignificante barcelonés de 47 años no pone ni quita más que a quien lo realiza.