14 de septiembre de 2011

Una vez más puntualizando acerca de reformas y utopías (I)


El penúltimo post ha provocado no un alud de críticas, no hay que exagerar, pero sí algunas por parte de amigos y algún que otro lector. Tal vez, como me propone uno, debería abrir comentarios para evitar malentendidos. Quizás debería hacerlo. Habrá que planteárselo.

De momento.

Uno no está descalificando las utopías en su propia condición de tales. Seguramente no me he explicado bien. Lo que critico es la articulación de un programa político real sobre supuestos irreales: confundir el ser con el deber ser.
Todos deberíamos ser solidarios (por ejemplo, o tolerantes, o cariñosos) pero cabe dudar de que exista nada en nuestra naturaleza que lo garantice y que sea reprimido por la sociedad capitalista. Pudiera no ser así: no deberíamos estar tan seguros y ser tan optimistas. ¿Y si el "Sistema" no fuera el responsable de la avaricia, la agresividad o la intolerancia? Imaginemos, por un momento, que algo en la naturaleza humana, en su constitución genética (aunque uno no lo cree) predispusiera a la competitividad o la agresividad y no a la cooperación: cualquier programa político basado en la cooperación fracasaría a no ser que la impusiera "contra" la naturaleza humana y ya estaríamos al cabo de la calle.
Aunque uno duda de la existencia de una "naturaleza humana" deberíamos ser lo suficientemente cautelosos como para no excluirla: muchos científicos y pensadores han aportado datos y argumentos para demostrar su existencia que deberían ser tenidos en cuenta.
De ahí que confundir ambos planos lleve, casi siempre, a la ingeniería social como proyecto político y a su corolario: el totalitarismo (excepción hecha de algunos programas anarquistas "suaves" o liberales en el mejor sentido del término). Si el ser no se acomoda al deber ser peor para el primero: hay que reeducar al ser humano o dar a luz un "hombre nuevo" y ya sabemos lo que acostumbra a suceder entonces.
Renunciar a la hipoteca utópica, por tanto, no desmerece ni la utopía como tal ni las opciones más radicales de transformación de la sociedad pero sí supone poner entre paréntesis la necesaria vinculación entre ambos dominios que se implantó en la acción política revolucionaria desde el siglo XVIII.

[Nota al margen: y, con todo, al lado de la belleza de un More, un Campanella, un Bacon, un Kropotkin o un Marx tenemos la severa advertencia de un Golding, un Huxley o un Orwell. ¡Ojo con las utopías!]