23 de septiembre de 2011

Houellebecq


A menudo uno consigue hacer oídos sordos a los cantos de sirena de los medios y sus corifeos en el campo de la crítica literaria: pocas novedades, y menos de poesía, recomendadas en los periódicos o revistas que de vez en cuando hojeo acaban en la biblioteca.

Caso aparte es Michel Houellebecq de quien leí, al poco de publicarse, la traducción castellana de Plataforma por sugerencia de Esther, que ya había leído, y gozado, Las partículas elementales. Como Plataforma es, sencillamente, una de las mejores novelas que uno ha leído y figura en lugar destacado en su canon subjetivo por su capacidad de narrar una historia de amor en la cual la literaturización se acerca al cero absoluto, en las antípodas de otra joya que figura en ese mismo canon, Ada o el Ardor de Nabokov, no me costó nada adquirir un ejemplar de El mapa y el territorio saludada, en la propaganda, como "la mejor novela del autor".

No cabe extenderse mucho. Para quienes admiramos su obra, El mapa y el territorio es uno de sus textos más flojos. Una fenomenal broma, eso sí, plena de ironía y festoneada de algunas reflexiones interesantes sobre el arte y el capitalismo pero que ya estaban presentes en sus obras anteriores y aportan más bien poco. Aun así, es probablemente más valiosa que cualquiera de las novelas que uno ha leído en todo el año.

Alguien ha comentado que en este libro Houellebecq "se ha vendido": uno no sabe bien a qué o a quién pero así como uno fue incapaz de apreciar la ironía de Miłosz (ya llegará el momento de hablar de ello) tiene la impresión de que quien afirma esto no ha captado (también podría ser que no existiera) el tremendo fake que supone esta novela.