11 de febrero de 2011

11 de febrero de 2011: Crónica intempestiva de un viaje (XXXIV). Wolfgang


5 de agosto de 2010. Primera parte.

"Al levantarse en el que será el último día dedicado a Berlin Esther me ha mirado y hemos coincidido en el diagnóstico: ahora, precisamente ahora, no tenemos ningunas ganas de empezar la parte viajera (o aventurera) del viaje. Nos quedaríamos en esta ciudad, paseando por Prenzlauerberg, conociendo sus bares, calles, parques, restaurantes y tugurios y quizás hasta a su gente. Ni siquiera haríamos ya muchas más excursiones por Berlin: tal vez los alrededores (Wannsee, Grunewald) o en un TGV Erfurt, Dresde o Leipzig, como teníamos proyectado en un principio. Cualquier cosa menos Polonia y eso que, como nos advirtió Ignasi antes de salir, la frontera europea no es el Oder sino el Bug y que atravesar Polonia no es ninguna aventura: que la aventura, si se la puede llamar así, comienza cuando entras en Bielorrusia o Ucrania.

Tampoco ha ayudado que por la noche llamara a mi amigo Wolfgang para citarnos con él en Krakow. Sus recomendaciones sobre la seguridad en el tren, que se han añadido a la penosa estampa del famoso Warszawa Express (un vulgar y corriente borreguero al que sólo su denominación le otorga ese plus cosmopolita que se supone debería tener) entrando renqueante y sucio en la Hauptbahnhof unos días atrás, no contribuyeron precisamente a tranquilizarnos.

Quedan lejos los tiempos en que Wolfgang y el que escribe nos citábamos en cualquier lugar de Europa para vernos y emprender un viaje o, simplemente, encontrarnos y charlar. En aquellos tiempos Internet sólo era una red de seguridad militar en USA y el móvil un proyecto, pero llamándonos con meses de antelación acabábamos encontrándonos sin necesidad de GPS, ni celulares, ni Google Maps, ni SMS.

En una ocasión nos citamos en Amsterdam, al lado del campo del Ayax, un sábado a las cuatro de la tarde: una localización que creíamos precisa. La lástima es que aquel día y a aquella hora los alrededores del campo estaban atestados de hinchas que preparaban la liturgia previa a un partido de, supuse, la Liga holandesa. Tardamos varias horas en encontrarnos entre tantos miles de personas pero lo hicimos cuando aun no habían despejado las proximidades y entrado en el campo: las agujas del pajar se hallaron.

Unos años después, por ejemplo, quedamos en encontrarnos en un hostal a las afueras de Salzburgo. Uno no recuerda cómo dimos el uno con el otro pero el caso es que el día previsto puedo evocar con total nitidez (o casi) la imagen de ambos caminando por una carretera secundaria a varios kilómetros de Salzburgo y acabando en un bar de carretera con pinball, pequeña pista de baile de discoteca y algunos camioneros y mujeres de aspecto patibulario. El recuerdo de aquella noche bebiendo y hablando en un bar perdido en el este de Austria que parecía un pedazo de mundo más cercano a Arizona que a la patria de Mozart permanece sólido, por lo extraño, en la memoria. Cómo volvimos a la ciudad antes de proseguir uno rumbo a Budapest y mi amigo creo que rumbo a Italia está envuelto en brumas: él tampoco se acuerda."