15 de noviembre de 2010

15 de noviembre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (XV). La Kastanienallee y la Iglesia de Bonhoeffer


30 de julio de 2010. Primera parte.

"La Kastanienallee parece la arteria principal del barrio en lo que respecta al tiempo de ocio cercano. Pequeños comercios de todo tipo -incluyendo varias dedicadas a esas "antigüedades contemporáneas" a las que tan aficionados parecen los berlineses (viejos ordenadores, discos de vinilo, ropa deportiva de la antigua DDR, libros de segunda mano...)- se alternan con una multitud de bares y restaurantes que no tienen nada que envidiar a cualquier ciudad española en cuanto a densidad por medtro cuadrado. Se alternan en unos pocos cientos de metros restaurantes mexicanos, árabes, thailandeses, italianos, vietnamitas junto a bares pasados de moda y otros que presagian la pronta irrupción de las nuevas tendencias en dieño, música y alcohol. La calle es bulliciosa sin ser opresiva y espumea conversaciones, salidas, flirteos, confesiones, gastos inútiles en agradable oleaje.

En una de las calles que la cruzan, la ZionkirscheStrasse hallamos por casualidad la Iglesia de Sión donde Dietrich Bonhoeffer predicó durante 1932. Bonhoeffer fue uno de los escasos opositores de primera hora al nazismo en el seno de las Iglesias alemanas (tanto la católica como la luterana) . No esperó a la certificación de las persecuciones, ni de la represión, ni a la política belicista como la mayoría de sus compañeros de oposición (sin ir más lejos Goerdeler y la mayoría de los participantes en el putsch del 20 de julio que protagonizó Von Stauffenberg) sino que antes de la ascensión de Hitler al poder ya se comprometió firmemente contra la ideología nacionalsocialista. No es extraño que a los dos días de su nombramiento como canciller ya pronunciara una alocución radiofónica atacando el culto al Führer y que fuera uno de los últimos ejecutados en el campo de Flossenburg, el 9 de abril de 1945, poco más de tres semanas antes de la caída de Berlin en una muestra del extremo odio que suscitaba en las filas nacionalsocialistas más ortodoxas. Fue además, un firme partidario del ecumenismo en aquella época temprana cuando los enconos nacionalistas dificultaban la empresa.

Entramos en la iglesia, hermosa en su exterior pero cuyo interior ofrecía un aspecto lamentable aunque parecía haber algún signo de restauración en ciernes: paredes desconchadas, suelos cuarteados y desnivelados, vidrios sucios y frágiles. Tan sólo el púlpito donde Bonhoeffer debió pronunciar sus sermones se conservaba en buen estado. El contraste con la Iglesia del antiguo Berlin Occidental que habíamos visitado por la mañana no podía ser más feroz".