6 de octubre de 2010

6 de octubre de 2010: Crónica intempestiva de un viaje (VIII). Nefertiti


26 de julio de 2010. Segunda parte.

"Doblez del Pergamon, doblez de los acontecimientos, doblez del ser (y del no-ser) que no hay que ocultar ni minimizar pero tampoco hipostatizar. Que el Altar sea el producto de un desvalijamiento no debe interferir forzosamente en nuestra valoración estética: aunque se guarde alguna relación entre la genealogía de la propiedad y la valoración estética, magnificarla hasta el punto de devaluar su contenido artístico, invalidándolo, es un exceso. Exceso o déficit, todo sea dicho, en el que uno mismo cayó durante gran parte de su "vida totalitaria" al minusvalorar aquellas obras de arte carentes de negatividad, de crítica y puesta entre paréntesis del orden social, estético, económico y espiritual, dominante.

Por un lado, la negatividad como distintivo de la verdadera obra de arte es un criterio eficaz, razonable para calibrar su valía pero no puede detentar el privilegio de la exclusividad. Por otra parte, la producción artística moralmente "manchada" en su origen no es más que eso, una obra de arte tal vez moralmente detestable pero obra de arte al fin y al cabo -y pienso en los Carmina Burana orquestados por el nazi Carl Orff...

Tras el Pergamon le tocó el turno al Neues Museum donde nos esperaba, impasible a mis cavilaciones y dobleces, Nefertiti y su interpelación constante que desafía la distancia histórica. Nunca había vivido uno en un mismo día, por dos veces, esa sensación de comunidad y cercanía con un legado de la Antigüedad que algunas obras artísticas son capaces de generar al observarlas detenidamente. No es sólo la extrema belleza del busto, su maestría escultural o su capacidad de seducción. Es, también, la evidencia de que el busto podría haber sido esculpido hace dos semanas en un taller próximo y su modelo pasear por alguna calle de Viena, Venezia o Trieste absorta en la contemplación de algún escaparate. Bella e impactante Nefertiti.

A última hora y cuando faltaba poco para cerrar logramos visitar en el Altes Museum una exposición de escultura etrusca y romana. Los bustos de Septimio Severo, Marco Aurelio, Claudio o Caracalla, más cercanos estética y sociológicamente, no lograron, sin embargo, suscitar en ninguno de nosotros la misma intensa ilusión de supresión del abismo espacio-temporal, idéntica impresión de fraternidad que adelgaza toda contingencia, que la hermosa Nefertiti.

Antes de abandonar la Isla de los Museos recorrimos su perímetro para satisfacer mi morbosa curiosidad por observar los vestigios de la guerra que en la fachada del Pergamon que da al Bode siguen intactos en algunos tramos y dejan ver todavía un par de boquetes producidos por la artillería ligera.

Por la noche, cenamos en una pizzería cercana a Senefelderplatz que reafirmó la tesis de Esther acerca de Berlin como ciudad de microespacios. Una tesis que surgió durante los trayectos de los dos primeros días en S-Bahn al observar la heterogeneidad arquitectónica y vital que la caracteriza y toparse con las beaches y strands que florecen aquí y allá en la superficie berlinesa. Resulta difícil, por ejemplo, encontrar en una gran capital europea un recinto de arena rodeado de carpas y salpicado de tumbonas al más puro "estilo Ibiza", entre un concesionario de automóviles y un descampado ruinoso saturado de montañas de hierros oxidados. En la pizzería, bajo un tilo descomunal, la terraza del restaurante engarzaba tres niveles en el último de los cuales, cubierto por frondosas ramas, al fresco de la noche brandenburguesa y al socaire del estilo alta montaña tirolesa del salón principal, resultaba difícil no sentir que los spaghettis estaban siendo devorados en la alta montaña austríaca y no en Prenzlauer Berg".