27 de octubre de 2010

27 de octubre de 2010: mi amigo Rais, Berkeley, Husserl y el sentido común (I)


Mi amigo Rais, uno de esos pocos auténticos amigos susceptibles de ser contados con los dedos de una mano que la mayoría tenemos, contesta mis posts sobre su lectura de Sokal y, substancialmente, a pesar de nuestra distinta valoración de los textos del francés, parecemos aproximarnos por lo que hace a las posibles vías de salida de las aporías del relativismo y la burbuja lingüística.

La distinción entre el nivel ontológico-trascendental y el fáctico-contingente y la necesidad de liberarse de esa trampa de la metafísica de la presencia que postula la correspondencia entre ambos órdenes y la fundamentación del segundo en el primero parecen condiciones sine qua non para salir de ese opresivo horizonte filosófico de momento difícilmente superable en el plano ontológico-trascendental.

No obstante, la proximidad en términos estratégicos que proporciona esta distinición parece quedar en entredicho cuando uno entiende que se le podría adjudicar una posición cercana a una "ontologia débil". Supongo que no me he explicado bien. La "ontología débil" es la que uno lee en Sokal.

Lo que intentaba decir es que aceptarla no implica ninguna epistemología moderada en el ámbito fáctico pues, repito, hay verdades "fuertes", casi uno estaría tentado de decir "universales", por lo que hace al género humano por muy débil, casi evanescente que sea la ontología que postulemos (casi una ontología de formas y estructuras o de condiciones "objetuales").

En concreto, por muy lingüísticamente mediados que estemos, ningún ser humano con el solo impulso de sus piernas es capaz de salvar la distancia entre la Tierra y la Luna de un solo salto y no parece exagerado suponer que eso será así siempre para la especie de los Homo sapiens. Y esta verdad "fuerte" debería poder ser enunciada como "universal" sin sonrojo pese a que nuestras descripciones ontológicas no pasen de vagas afirmaciones acerca de una realidad exterior mediada lingüśticamente ("los límites del mundo son los límites del lenguaje") y nuestras descripciones objetuales se limiten a una serie de protocolos acerca de sus condiciones de enunciación ("el objeto 'x' es postulado como empíricamente existente y dotado de ciertos atributos desde una trama de enunciados en un específico momento 'y' de la historia y respecto a una determinada configuración 'z' de nuestro aparato perceptivo" limitándonos a las tres variables más socorridas).

Insisto, entre lo fáctico y contingente (óntico como lo llamaría Heidegger) y lo ontológico no tiene por qué haber ninguna relación fundamentadora. Incluso ninguna conexión. Presumirla es un presupuesto de la metafísica de la presencia que afirma que el ser de cada ente está en él de alguna manera y que sus condiciones se dan en todos y cada uno de ellos. Y eso puede y debe discutirse y distinguirse.

Por eso, cuando Rais afirma que "según la ontología débil, nos podemos liberar de la perversa jaula del lenguaje, por fin podemos tocar las cosas y ser algo diferente de ellas y así poder vivir una realidad en la que nuestra vida no sea un sueño, ni un signo azaroso de una escritura sin autor y cuya gramática no conocemos. Sin embargo, el lenguaje se rie de lo que pensamos porque es un juego de lenguaje, un juego malvado: con Berkeley,'esse est percipi'." debo, cariñosamente, protestar.