31 de enero de 2010

31 de enero de 2010: una vuelta más al "cambio climático"


Sólo una cosa más sobre el asunto del "cambio climático". Me escribe mi amiga Lupe y como por una vez alguien de mi entorno no manifiesta esa disconformidad "políticamente correcta" acerca de mis dudas sobre el asunto, me apetece dejar constancia de ello para no sentirme tan solo. Lupe es, además, bióloga:

"Que la especia humana ha alterado el medio ambiente es indudable, pero eso ya lo hicieron los dinosaurios y lo hacen los mosquitos, las bacterias y los virus, algunos de los cuales han hecho desaparecer más especies que el hombre. Todos los seres vivos alteran el medio y nosotros no somos una excepción. El peligro es alterarlo hasta un punto de no retorno y esta situación es difícil, quizás imposible de determinar".

Gracias Lupe por guardar un punto de reserva ante los nuevos dogmas.

30 de enero de 2010

30 de enero de 2010: la nueva novela de mi hermano


Me ha llegado por correo electrónico el manuscrito de la tercera novela de mi hermano. No es porque sea mi hermano pero su primera novela, que vegeta en las estanterías de una editorial esperando desde hace tiempo, mucho tiempo, una decisión sobre su publicación, es una de las mejores novelas que he leído nunca y la segunda, Caja negra, que ganó el XI Premio Lengua de Trapo y tuvo una excelente acogida en la crítica (incluido El País...) es también un texto extraordinario.

Pues será porque es mi hermano... El caso es que había empezado la lectura de El plantador de tabaco de John Barth, que me estaba pareciendo una obra maestra, y creo que voy a tener que dejarla de lado: no sé si doy para tanto y Barth no es familiar directo.

Ahora a imprimirla.

29 de enero de 2010

29 de enero de 2010: no ir tan desencaminado


Que las dudas que me suscita el asunto del "cambio climático" a raíz de la denunciada actitud obstruccionista y poco dialogante de algunos de los principales defensores de su versión hard (su producción irreversible debido a causas humanas) no son tan disparatadas se corroboró anoche, pocas horas después de haber puesto por escrito mis suspicacias.

Un amigo, que me llamó por otro tema, me comentó antes de despedirnos: "Por cierto, te has pasado tres pueblos con lo de hoy. ¿Es que te has hecho primo de Rajoy?".

Nos hemos enredado en una breve pero intensa discusión que sólo se ha reconducido cuando el tiempo ha exigido una solución de compromiso ante la discrepancia (ya llevábamos más de quince minutos hablando y había mucho qué hacer todavía) y he tenido que recurrir a demostrar mi probidad moral. Sólo ante la exhibición de mis supuestas medallas ideológicas que garantizan que no se ha "cambiado de bando" (!!), se ha admitido mi derecho a denunciar las actitudes dogmáticas y la industria que se está generando a su alrededor.

El problema es que no se ha llegado a la conciliación y se me ha reconocido la legitimidad para discrepar por la fuerza de mis argumentos sino por la adhesión afectiva.

Al final yo también he debido aceptar una solución de compromiso: es cierto que hay un negocio montándose en torno al "cambio climático"; es cierto que no es una verdad absoluta; es cierto que hay actitudes dogmáticas; es cierto que se está convirtiendo en un tópico moralizante en el seno de la opinión pública PERO hay pruebas más que suficientes de que, aparte de las variables naturales, está interviniendo en el calentamiento global actual, la actividad humana, y que este calentamiento, aunque pueda no haber sido el único en la historia planetaria, es más que probable que sea el que está aconteciendo a mayor velocidad y eso no es únicamente "milenarismo catastrofista".

Acordado el armisticio he vuelto a ser admitido en la comunidad "crítica" gracias a que renuncio al uso de la crítica. Algo no funciona.

28 de enero de 2010

28 de enero de 2010: frío, gripe A y cambio climático


El frío en Barcelona nunca es objetivamente terrible. Sin embargo, cuando se posesiona de la ciudad por varios días lo sentimos como inusualmente duro. Nos consolaría saber que se trata de una ola polar o siberiana pero casi nunca es así. Claro que cualquiera nos dice que esto no es frío. El argumento del barcelonés es inmediato: "Es que el frío aquí es más húmedo y cala más". Y con ello obtenemos una primera recompensa: nos reconfortamos y podemos explicar lo aguda que es nuestra percepción de la baja temperatura.

Así ha sido más o menos desde que tengo uso de razón. Pero ahora se ha añadido un nuevo argumento: hace más frío por el "cambio climático". El invierno del año pasado que fue largo, frío y lluvioso se explicó por la misma regla de tres que ya había dado razón del inusualmente benigno de hace dos años. Este principio también justifica los veranos secos y los lluviosos. De hecho, cualquier oscilación brusca o inesperada se explica por el consabido fenómeno. Y, por supuesto, su contrario: la misma persistencia sin oscilaciones.

No niego que sea una hipótesis razonable, verosímil y bien fundamentada científicamente de la que nosotros hacemos un uso generoso y poco refinado. También incluyo a los periodistas, especialmente a los meteorólogos, en esta categoría. El problema es que el abuso de esta hipótesis que ya es tesis me parece sintomática. Y me lo parece porque ya existe toda una industria construida alrededor del "cambio climático" de la que viven, y gracias a la cual se enriquecen, muchas personas.

De la misma forma que en la exasperación mediática de la pandemia que asolaría Europa este otoño, la temida Gripe A, tuvo mucho que ver, entre otros factores, el lobby farmacéutico, en la milenarista conciencia del "cambio climático" veo elementos, como mínimo, sospechosos: entre ellos un todavía difuso lobby de empresas e instituciones que nos proveen de estudios, informes, reuniones internacionales, congresos, etc. Y el artículo del Washington Post sobre cómo los partidarios más fervientes de la hipótesis del "cambio climático" desoyen argumentos y escatiman contrajemplos y posibles pruebas alternativas que pudieran dificultar la continua verificación de su tesis no ha contribuído, precisamente, a despejar mis dudas: "¡Que la realidad no nos destruya una buena teoría!". En el mejor de los casos la reluctancia sería sólo una muestra de dogmatismo. Mas en el peor de los casos, poderoso cabellero sería don dinero.

El "cambio climático" es una hipótesis que tiene más pruebas a favor que en contra pero todavía es una hipótesis, no una verdad científicamente establecida. Si sus partidarios ignoran los aspectos conflictivos y rehúyen el debate nos están haciendo un flaco favor y se lo están haciendo a ellos mismos.

Hay que ser precavido y no confiar ciegamente en aquello en lo que se mueva alguna cantidad de capital de la que se provean muchos individuos agrupados en empresas, instituciones o colectivos. Si no debemos fiarnos ni de la lotería, de la que se benefician, en principio, muchos individuos pero en pequeños grupos y peñas o aisladamente, menos de cualquier titular, dogma, hipótesis o principio del que infiramos, razonablemente, que puede ser una fuente de acumulación de capital.

25 de enero de 2010

25 de enero de 2010: "Der Untergang"


Dejé pendiente desde el jueves un comentario sobre la revisión de "El hundimiento" (Der Untergang) de Hirschbiegel.

En su momento leí el reportaje de Jacinto Antón "Días de guerra en Berlín" (El País Semanal, 24 de abril de 2005), en el que se recogían algunas opiniones del historiador Antony Beevor sobre la película que me parecieron excesivamente puntillosos. Cuatro años después me parece que se queda corto.

Decía Beevor:
"Bruno Ganz está soberbio. Pero se pueden criticar cosas. Hay gente que se queja de que Hitler aparezca como ser humano. Eso no es lo que me preocupa; de hecho, sirve para entender por qué tantos alemanes se sintieron atraídos por él. En cambio, ver a asesinos como Mohnke tratados como héroes me ha conmocionado. Incluso un personaje terrible como Fegelin (sic), el general de las SS cuñado de Eva Braun, cae bien en la película, es simpático. Hay grandes diferencias entre las necesidades del director y las de los historiadores. Y eso es particularmente inquietante cuando la mayor fuente de información popular sobre el nazismo proviene del cine y la televisión, pues, desgraciadamente, son minoría los que leen libros. Para los alemanes, El hundimiento es la versión definitiva de Hitler. Lo peor del filme es, paradójicamente, lo bueno que es. En las películas de los años cincuenta era fácil ver que aquello era ficción. Ahora es todo tan realista que la gente piensa que es historia... y en cambio todo aquello tuvo un lado grotesco que no aparece en la película. Uno de los SS del Leibstandarte en el búnker, Misch, al que entrevisté, me dijo que uno de los que habían dispuesto la pira de Hitler le espetó: ‘El jefe está ardiendo, ¿quieres subir a verlo?’. Hubo humor negro y faltas de respeto –le robaron el reloj al cadáver–, y en el filme, en cambio, se muestra como la caída de un gran guerrero. No digo que sea un filme neonazi, ni mucho menos, me parece un intento real de acercamiento con honestidad; pero es una tentativa fallida en buena parte por las necesidades dramáticas".

En la estilización que realiza el director obligado por su propia lógica narrativa está el problema y en eso tiene razón Beevor. Que Mohnke se preocupe por los ancianos y niños del Volkssturm y por la población civil de Berlin resulta, al menos, un poco inverosímil.

Mohnke estuvo implicado en ejecuciones sumarias de prisioneros de guerra tanto en su servicio en el Leibstandarte como en la Hitlerjugend aunque nunca pudo ser juzgado por falta de pruebas y chirría un poco que el que fuera uno de los primeros oficiales de la guardia de Hitler que montó guardia en la Cancillería y su último responsable, estuviera demasiado preocupado por las bajas civiles y el sufrimiento del pueblo berlinés. Simplemente no acaba de cuadrar: era el mismo oficial que pudo contemplar la sangría de jóvenes de la quinta del 26 de la Hitlerjugend y no se puede decir que la impidiera precisamente.

Es evidente que no todos los oficiales de las Waffen-SS eran criminales de guerra ni sádicos asesinos. Muchos fueron, simplemente, soldados. Y algunos de ellos experimentaron, seguramente, genuina compasión hacia las víctimas civiles. Quizás eso era uno de los aspectos que quería mostrar Hirschbiegel. Pero, en su estilización, escoger a Mohnke no es una decisión afortunada.

¿Y qué decir de Fegelein? Por lo que sabemos, la pintura de Hirschbiegel de hombre mundano, altruista y escéptico, se aviene poco con los testimonios de aquellos que le conocieron y con los datos contrastados de que preparaba su fuga a un país neutral llevándose consigo grandes cantidades de dinero y joyas. Que en 1945 debía haber algún alto oficial nazi que pudiera comportarse como Fegelein es muy probable. Que estuviera en la Cancillería, al lado de Hitler, resulta poco creíble.

Y, finalmente, tiene razón Beevor cuando critica que la estética de la película obvia los detalles sórdidos y la realidad prosaica del fin del líder nazi y se toma la caída del régimen como la propia jerarquía nazi quiso vivirla: como una Götterdämmerung. La seriedad del rito funerario (todos los asistentes a la incineración del cadáver de Hitler con el brazo en alto, serios), el ritmo de su construcción narrativa, la recreación del ambiente...

Es una concesión a la literaturización nacionalsocialista de su existencia. Y para ello sólo cabe recordar que el concierto de despedida de la Filarmónica de Berlin se tocó el final de La caída de los dioses por deseo expreso del gran escenógrafo de ese espectáculo teatral que era el Reich, Albert Speer:

"Aquel concierto de despedida se celebró el 12 de abril de 1945. por la tarde. En la sala de la Filarmónica, sin calefacción, sentados en los asientos que habían traído consigo y con el abrigo puesto estaban todos los habitantes de la ciudad amenazada que se habían enterado de aquel último concierto. Los berlineses se llevaron sin duda una sorpresa, ya que aquel día, por orden mía, se suprimió el corte de corriente habitual a aquella hora, a fin de que pudiera iluminarse la sala. Para la primera parte, elegí la última aria de Brunilda y el final de El crepúsculo de los dioses; un gesto patético y melancólico a la vez ante el final del Reich". (Albert Speer, Memorias, trad. de Angel Sabrido, p543).

24 de enero de 2010

24 de enero de 2010: "Paranoid Park"


Anoche vi Paranoid Park de Gus van Sant. Aunque salir a tomar una copa hubiera sido lo suyo la indolencia se había apoderado de mí desde que me desperté. Lo poco que hice lo hice con desgana y hastío y cuando se hizo de noche pospuse la copa para después de cenar, a la espera de viento de popa, y eso fue mi definitiva perdición. Si cenas en casa no por estrechez económica sino por estrechez de ánimo, estás sentenciado. Supongo que bastante hice con buscar entre las películas descargadas y cogerla.

No había vuelto a ver nada de van Sant desde Drugstore Cowboy y My own private Idaho, de las cuales guardaba un buen recuerdo. De Paranoid Park no sé si lo guardaré. Seguramente la recordaré pero no por los mismos motivos que las otras dos. Tiene una factura aparentemente excelente: una agradable y original banda sonora, una excelente recreación del mundo de los skaters adolescentes y una narración discontinua y desmadejada repleta de analepsis y prolepsis que le daría un toque de singularidad dentro de unos límites.

Sin embargo, oída la banda sonora fuera del contexto de la película, resulta anodina y floja. Hoy, la construcción del universo skater adolescente no me parece tan meritoria (aunque no es fácil salvar la distancia entre los referenciales de la adolescencia actual y los cerca de sesenta años del amigo van Sant). Y, finalmente, la estructura narrativa de la película me parece algo gratuita: nada hay en la lógica de la trama que la justifique salvo la voluntad de no narrarla de un tirón o la pirueta exegética un poco forzada de hacerla coincidir con los inicios y reinicios de la descripción de los acontecimientos que el protagonista relata en una carta.

Con todo, lo peor es lo tramposa que, a mi juicio, es la película. Centrada en el asesinato "involuntario" de un guardia de seguridad - que muere partido en dos por un tren que le atraviesa después de que el protagonista adolescente le propine un golpe con su tabla como respuesta al intento de aquél de desalojarle de un mercancías en marcha al que se habían subido como diversión - no hay ni una reflexión, ni un minuto de dedicación al sufrimiento de la víctima y sí al del homicida. Es un punto de vista respetable pero si se quiere enfatizar el entorno causal que conduce al fatal desenlace no estaría de más tomar también a la víctima como algo más que un elemento del decorado.

Como ilustró Hannecke en Funny games, los códigos cinematográfico-morales sobre la violencia se articulan muy específicamente y cuando el asesinato es inmotivado o gratuito o, simplemente, azaroso, generalmente el cine de consumo organiza algún tipo de respuesta que lo justifique o explique y compense al espectador por la ruptura de la representación pacífica de la interacción humana.

Van Sant no sigue, obviamente, estas convenciones pero su alternativa es la que me parece sesgada y tramposa. ¿No hay compensación o justificación? De acuerdo. Pero recrearse en el entorno hostil del joven y en su drama sin atender a la otra parte implicada es ya una suerte de compensación-justificación.

Asimismo, resolver -en el mejor de los casos como justificación, en el peor como simple ejercicio terapéutico- la muerte de un inocente, en este caso un cincuentón trabajador, con una carta que el joven quema después de escribir y en la que exorciza los factores que rodearon al suceso y el suceso en sí, muestra esa moralidad de clase privilegiada (económica o intelectual) que otorga más valor a la contricción del homicida que al padecimiento de la víctima y más interés a la comprensión de sus motivaciones que a la justicia y la compasión por la víctima.

Van Sant hace trampa porque pretendiendo evadirse de los códigos morales que rigen el tratamiento cinematográfico estandar de la violencia nos sumerge en una normatividad pervertida que reemplaza al auténtico "inocente" por su "inocente", convierte a la contricción espiritual en el castigo proporcional del crimen "no intencionado" y cosifica a la víctima.

23 de enero de 2010

23 de enero de 2010: Leyendo a Robert Lowell (IV)


Así pues, sólo leo en lenguas que no sean el castellano cuando mi competencia es suficiente, no existe traducción o estoy realizando o una investigación académica o documentándome para un texto creativo.

Volviendo a Day by day. Además de mis hábitos, las disonancias que había ido percibiendo podían quedar justificadas porque el traductor, en el Prólogo, advertía que se había tomado algunas libertades para acomodar el pentámetro yámbico al lejano equivalente castellano del "ritmo imparisílabo" castellano, esa música que el gran Garcilaso adaptó a nuestra lengua con tal maestría que no se ha vuelto a producvir en ella un hecho de tanta trascendencia para la poesía" (p34): no había motivos para abandonar la familiaridad del castellano y dejar de confiar en el traductor.

Seguí leyendo la versión de Luis Javier Moreno hasta que en el poema "En una sala del Hospital" ("In the Ward", p80 de la edición de Losada) leí: "... Viejas mises hermosas y maestras ancianas / prefieren perder antes su cabeza / a perder sus amigos". Recurrí al Apéndice con la versión original porque aquellos tres versos desentonaban respecto a los anteriores, especialmente -creí- las "viejas mises hermosas". En el original se decía: "old beauties, old masters / hoping to lose their minds before they lose their friends".

Sin entrar en que es posible darle otro sentido a los versos, traducir "old beauties" por "viejas mises hermosas" en lugar del más razonable "viejas bellezas" o "antiguas bellezas" no me pareció acertado. Que se pueda estar refiriendo a "misses" es posible pero no lo veo claro (¡si sólo fuera eso!). Creo que es preferible traducir "beauties" por "bellezas" en lugar de "mises hermosas" y, aunque no sea ninguna autoridad, mi firme creencia tuvo el efecto de hacerme desconfiar del traductor y obligarme a leerlo en inglés.

El resultado: más de una semana en torno a Lowell, el diccionario, la traducción y el enredo de alguna dicusión imaginaria (à la Wilson-Hanks) con el traductor sólo para acabar comprobando que en más ocasiones sabía él como verter una expresión del castellano al inglés que yo.

Sí, la musicalidad y el ritmo del pentámetro yámbico...; sí, la experiencia de la lectura en otra lengua...; sí, la poesía en estado puro...; sí... pero no estoy seguro de que tantos días con Lowell como lectura principal y casi exclusiva hayan valido el esfuerzo.

22 de enero de 2010

22 de enero de 2010: De cómo Autores y Editores (¿Creadores hay que llamarlos ahora?) tratan de engordar sus arcas a cualquier precio


Aunque hoy ha aparecido el sol tras cuatro días de cielo plomizo y lloviznas, no he podido salir de casa en todo el día. Problemas informáticos, como tantas veces. Ahora, de madrugada, no puedo dormir después de tantas horas delante de la pantalla con "hojas de estilos", "javascripts", "scripts en php" y demás objetos que orbitan por la nebulosa "web".

He vuelto a ver "El hundimiento" de Oliver Hirschbiegel y me he desvelado. La han pasado por televisión y cuando ha acabado me he levantado y he leído las primeras páginas de las conversaciones entre Gitta Sereny y el comandante de Treblinka, Stangl. Pero tanta Alemania y tanto nazismo pueden incluso con mi estómago a prueba de horrores así que he tenido que volver al comedor para seguir viendo televisión y conseguir el suficiente grado de aburrimiento como para poder meterme en la cama con visos de conseguir dormir. Por cierto, de la película de Hirschbiegel y de los comentarios que hizo sobre ella Antony Beevor quería escribir algo pero lo dejo para el fin de semana.

Bueno, a lo que iba. He puesto el canal de noticias 24 horas de Televisió de Catalunya. Todo francamente anodino hasta que, por algún arcano motivo, Televisió de Catalunya ha decidido hacer un breve reportaje para su Telenotícies dando una notable cobertura al creciente descrédito de la SGAE a propósito de su última andadura conocida.

La SGAE continúa expoliando a quien se pone a tiro para incrementar su escandaloso patrimonio y aumentar la presión para traducir el capital simbólico de autores y editores en capital económico. Es un lobby peligroso no sólo por sus prácticas, que también, sino por su marcada ideologización fraudulenta bajo el paraguas de la "Cultura". Doble moral, pero no burguesa o proletaria, que las hay. Doble moral de los "Creadores" (Autores y Editores) en busca del mayor beneficio material posible.

En fin, como es tarde y disfruto más de los insultos en la intimidad y, además ya va siendo hora de intentar dormir, me ahorro relatar esta nueva genialidad de los Defensores de la Cultura y de los Creadores y transcribo unas líneas de la noticia publicada por "La Vanguardia":

"La SGAE enfurece al Ripollès al exigir a los casals d'avis que paguen por el uso de la tele.

En el Ripollès, la Sociedad General de Autores de España (SGAE) ha protagonizado requerimientos tan insólitos como polémicos, como por ejemplo insistir en reclamar los derechos de autor por los espectáculos de todas las fiestas mayores entre el 2003 y el 2009; requerir el pago del impuesto aunque las actividades fueran populares y gratuitas; exigir 300 euros en concepto de derecho de autor en una actuación de un esbart dansaire cuya música era de un socio de la misma entidad; hasta pedir un porcentaje de la taquilla obtenida en un playback popular en Ripoll."

La noticia completa aquí.

20 de enero de 2010

20 de enero de 2010: Leyendo a Robert Lowell (III)


Creo que es de sentido común presuponer que cualquier traductor profesional conoce mejor la lengua sobre la que trabaja que yo. Es el motivo principal de mi habitual confianza en las traducciones.

También hay que añadir que, aparte del factor de "distinción de clase" para algunos escritores de oficio poetas y la mayoría de los profesores de nuestra penosa universidad, no creo que todos los textos a nuestro alcance deban ser leídos en la lengua original y menos aún porque sean intraducibles por naturaleza.

Conforme pasan los años, cada vez rechazo más intensamente la hipostización de las lenguas como intraducibles (en mi opinión una pobre lectura del "principio de indeterminación radical de la traducción" de Quine) o depositarias de una categorización del mundo inconmensurable respecto a las demás (versión extrema de la ya de por sí problemática hipótesis Sapir-Whorf), por no hablar de la esencialización del género poético como resistente e impermeable a cualquier traslación de una lengua a otra.

Si la versión ramplona de la argumentación de Quine, el relativismo fanático extraído de Sapir y Whorf y el esencialismo snob de la intraducibilidad de la poesía fueran tan ciertos como se pretende, la humanidad llevaría miles de años haciendo el ridículo más espantoso: no nos entendemos y no sólo vivimos engañados por la ilusión contraria sino que perdemos el tiempo miserablemente produciendo generación tras generación millones de páginas que pretenden ser traducciones de lo intraducible.

Que hay expresiones y palabras intraducibles o difícilmente traducibles o para las que no hay equivalentes exactos entre algunos idiomas parece evidente. Pero también que esa constatación no puede obviar el hecho de que la norma no es la bacanal babélica sino un mundo en el que los seres humanos entendemos bastante bien lo que se nos dice en nuestra propia lengua y en otras que, más o menos, dominemos y que el conocimiento se transmite entre distintos idiomas y distintas generaciones llegando incluso a acumularse. Lo cual, dicho sea de paso, nos evita la penosa tarea de reinventar el teorema de Pitágoras y explica que exista algo así como la enseñanza, que no es poco.

19 de enero de 2010

19 de enero de 2010: Leyendo a Robert Lowell (II)


Me ha llevado toda la semana leer Day by day. No ha sido sólo la habitual escasez de tiempo libre y los previsibles imprevistos que acontecen en forma de lo que juzgamos como "inesperadas" reuniones sindicales y que, en la perspectiva diacrónica, muestran una sorprendente regularidad.

Primero fue el tiempo que le dediqué a Fugaz. Para no abusar de la poesía, la desintoxicación se llevó a cabo con la hermosa Gran Torino y con un clásico extraordinario que todavía no había visto: Clerks (a recordar entre sus impagables secuencias, la del coito entre la ex-novia del protagonista y el masturbador muerto por un infarto en la oscuridad del lavabo de la tienda y el debate en torno a El retorno del Jedi y el asesinato de trabajadores inocentes por parte de las fuerzas rebeldes al destruir la Estrella de la Muerte aún en construcción). Para dormir, nada mejor que CSI Miami y House a la espera de Mujeres desesperadas, Perdidos y Anatomía de Grey. Y en los fragmentos perdidos por la fatiga y no dedicados a la escritura, NCAA College Football 10 para PS3 con Boise State University. Así las cosas, no quedaba demasiado espacio para Lowell.

Por fin, el jueves empecé con Day by day en la traducción, por supuesto. Todo iba bien. Seleccioné un fragmento del poema "Suicidio" para publicar aquí: "¿Merezco alguna consideración / por haber intentado suicidarme? / Quizá lo que temía es que esa peregrina / decisión resultase fallida, / sin darme cuenta de que practicando / es como se corrigen los errores..." Pero en las últimas líneas del poema "Para John Berryman", leí: "Las chicas en la escarcha no hurgarán de tu tumba" y decidí mirar el original en inglés. Creía que la expresión correcta debía ser "Las chicas de la escarcha no hurgarán en tu tumba". Lowell escribió, "Girls will not frighten the frost from the grave". Se confirmaba que se trataba de un error que al corrector se le pasó por alto pero lo cierto es que tampoco esta traducción me convenció. Con todo, cabía presuponer que los conocimientos del traductor son muy superiores a los míos y alguna razón habría para traducirlo así.

18 de enero de 2010

18 de enero de 2010: Leyendo a Robert Lowell (I)


Supe de Robert Lowell por mi querido Manuel Fuentes hará unos cuatro o cinco años. No tiene nada de extraño. He pasado muchos años alejado de la poesía, como ahora de la filosofía y cuando hice el doctorado rehuí las asignaturas de Historia de la Literatura porque me apasionaba más el concepto y su juego con la metáfora que la narratividad hagiográfica y la taxonomía, tan subjetivas y sometidas a la arbitrariedad. En otras palabras: que no tenía ni idea de quien era Lowell hasta hace pocos años.

En aquel momento mi libro Filosofía de la minucia estaba varado al final de una cola que siempre se engordaba encima de la mesa (es un suponer...) de Bartleby. De la entusiasta apreciación de Jorge Riechmann, que fue el primero en leer el manuscrito, y la aceptación por parte de Manolo Rico (que debió ser el segundo) ya habían pasado más de dos años y su salida se iba posponiendo. Fue cuando se lo pasé a Manolo por si quería hacerle un Prólogo y así sacudir la languidez que empezaba a rodearlo y que se prolongaría algún tiempo más... Unos... ¿cuatro años? Sí, más cuatro que tres...

Manolo leyó el todavía manuscrito y se comprometió a poner su saber hacer al servicio del texto no sin antes hablarme del poema "Caroline in Sickness" de Robert Lowell y recomendarme vivamente su lectura. Puse cara de póker, no conocía ni a Lowell ni menos aún el poema, y Manolo delicadamente pasó de puntillas sobre mi ignorancia. Al día siguiente compraba Day by Day en la traducción de Losada en una librería del Paseo de Gracia y lo situaba en la mesita de noche, al lado del Omeros de Walcott que estaba releyendo, como inmediata lectura.

Han pasado varios años así que cuando pienso en aquel día es normal que sienta un poco de vergüenza. No obstante, esta sensación se queda pequeña ante la opresiva sensación de que la flecha del tiempo ha adquirido ya velocidad de crucero y está más próxima a su objetivo que al arco del que salió.

16 de enero de 2010

16 de enero de 2010: "Carlos"




Es de madrugada e iba a escribir sobre mi lectura de Robert Lowell pero he recordado, de repente, mientras perdía el tiempo con la navegación compulsiva por los periódicos electrónicos que antecede a cualquier otra tarea en el ordenador, que el pasado 3 de enero el diario "El País" publicaba una entrevista con el que fue uno de los mitos de mi adolescencia y de la adolescencia revolucionaria europea: Ilich Ramírez Sánchez, "Carlos". Y me ha parecido que Lowell estaría en el mismo lugar de mi mente, es decir, en el mismo lugar de mi mesa, mañana o pasado y que "Carlos" podía esfumarse en cualquier momento como lo había hecho en los últimos días.

La entrevista, por cierto, no se hace a "Carlos" sino a "Carlos El Chacal". Según el diario "La policía, inspirándose en una novela de la época, le apodó El Chacal. Así pasó a la historia: Carlos El Chacal. En los años setenta se convirtió en el hombre más buscado del mundo, con más de 52 nombres diferentes repartidos en más de 100 pasaportes. Dejó tras de sí un rastro de 80 muertes, según el Ministerio del Interior francés." El tiempo pasa para todos y nada es lo que fue, eso está claro. También que el trance de pasar a la historia siempre comporta una transformación: es lo que tiene la reificación. Con todo, la que antaño llevaban a cabo los historiadores tenía un cierto estilo, era menos chabacana que la que realizan hoy día los periodistas que construyen la Historia: su trazo era algo más fino...

De la conversación me interesaron tres aspectos: la retórica periodística, el discurso de "Carlos" y mi cansada recepción.

La retórica periodística acostumbra a seguir no sólo sus "libros de estilo", que merecerían un análisis interdisciplinar detallado y sinuoso, sino unas pautas no escritas, unos tópicos ideológicos, que funcionan como horizonte, de la noticia: todo acontecimiento es "enmarcado" y este marco le confiere su significado. La pretendida objetividad periodística, la asepsia, la neutralidad es poco practicada y cuando sucede suele ser el fruto de la carencia de espacio y la urgencia. De ahí que sean las agencias de noticias las más proclives a practicar este raro ejercicio.

Una muestra: la peyorativa y probablemente bastarda leyenda de que la policía le denominaba "Chacal" a partir de la novela de Forsyth que sirve, y sirvió, para asimilar su figura a la del mercenario y que se perpetúa como un recurso estilístico que contornea y da sentido. Esta denominación tenía hace treinta años un objetivo diseñado por las agencias de seguridad de los países occidentales: homologar al delincuente "político" al delincuente "común" a fin de deslegitimarlo. "Carlos-terrorista-con-motivaciones-políticas = Chacal-terrorista-mercenario-que-mata-por-dinero". Esta estrategia fue aceptada por los medios de comunicación, fieles sostenes del statu quo mientras rinda beneficios, y se reveló como extraordinariamente efectiva y fructífera en términos de opinión pública. Varias décadas después se ha convertido en un lugar común del que la prensa no se sustrae y que forma parte de su acervo retórico incluso cuando se trata ya de un personaje más histórico que otra cosa.

El discurso de "Carlos" se mantiene firme, "inasequible al desaliento". El fervor totalitario que emana de la utopía de una ingeniería social (en este caso cierto marxismo) le lleva a afirmar sin reparos:

"Yo a los 14 años, en enero de 1964, entré en las Juventudes Comunistas de Venezuela. Y hasta el día de hoy no he cambiado un pelo. Sigo siendo comunista. No soy un tipo dogmático, he estudiado, he conocido a gente importante en la dirección de países comunistas. Sigo fiel a los principios inmanentes leninistas: soy un comunista convencido y militante.
P. ¿Y sigue defendiendo la utilización de las armas?
R. Según la coyuntura. En situaciones determinadas. Como en Colombia, estos días. O en Afganistán: eso es legítimo.
P. Yo hablaba de terrorismo.
R. ¿Qué pasa con el terrorismo? Yo siempre he estado contra el terrorismo. Cuando se bombardea en Afganistán, eso es terrorismo (...)
P. Esas operaciones, como las llama usted, acarreaban sangre y víctimas.
R. Sí, cómo no. Pero pocas, pocas víctimas inocentes: el 10% de las bajas. El 10% no es nada, mi hermano. Yasir Arafat habló en la ONU y fue con una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra. Yo no tengo nada que añadir a eso.
P. ¿Cuándo una persona decide matar a otra por una idea que considera justa?
R. ¿Cómo justa? ¿Y cuántas personas han matado los españoles en Irak? ¿Cuántos afganos mueren diariamente? ¿Cuántos? ¿Eso no le molesta? Luchar contra eso es glorioso y heroico."

Después de haber conocido a "gente importante" como el esperpéntico Ceaucescu, sigue inmune a la crítica del socialismo realmente existente. Como cualquier general de cuatro estrellas del Imperio calcula las víctimas inocentes como daños colaterales admisibles en términos de tanto por ciento. Como cualquier menor de edad acaba justificando la violencia en el "Y tú más..." Como si la vida y la muerte no tuvieran valor alguno al lado de la imperecedera inmutabilidad de la idea, "Carlos" no se mueve un milímetro del credo, de la fe, del dogma.

Y aquí es donde mi recepción se muestra cansada y vieja. Cansada y vieja por haberme servido durante más de veinte años de los mismos modelos que "Carlitos". Cansada y vieja por estar fatigado del totemismo y la religiosidad encubierta del discurso revolucionario. Cansada y vieja de la pasión por el totalitarismo y la guerra. Cansada y vieja de tanto Hitler, Stalin y Ford. Cansada y vieja de Iglesias, credos y patrias.

Cansada de la estupidez. Vieja por la estupidez.

Cansada y vieja, también, por mi propia estupidez, esa estupidez tan mía que me hizo admirar a "Carlos"...

13 de enero de 2010

13 de enero de 2010: un poema de Juan Ramón Mansilla


Del libro de Juan Ramón Mansilla, que empecé el domingo y continué estas dos noches en los ratos de lectura compartida con mi hijo antes de que se ponga a dormir (soportando -pequeño y frágil el volumen- los bandazos de un enorme Atlas del Universo de los cuales salió indemne) quisiera destacar este poema:

"LARGAS NOCHES DE VERANO


Largas noches de verano. Jura
que esas noches regresan los espectros
y le miran con ojos de terrible
tristeza, que coloca unas sillas
y conversan, que dispara su furia
contra todos, y se traga la hiel
mientras les habla. Jura que a diario
vierte agua, zumo o licor en sus copas
y rompe a reír o llorar si imagina
el silencio y las noches, largas
noches de verano, sin ellos,
mucho peor que la muerte."

11 de enero de 2010

11 de enero de 2010


Entre la intención y la realización siempre hay un hiato irreductible. Entre el propósito y la acción una inadecuación esencial, constitutiva.

Mi tarde de lectura cartesiana duró poco más de una hora cuando estaba planeada para prolongarse durante toda la tarde. Siempre se puede adjudicar la responsabilidad a los accidentes exteriores pero éstos nunca acontecen en una pura exterioridad: están en el mismo tejido de la relación entre decisión y realización.

Sólo pude leer una parte del libro de Juan Ramón Mansilla, Fugaz, con el que empecé mi jornada ilustrada porque a las seis y media aparecieron por casa mi cuñado y su compañera para invitarnos a su sorprendente, por tardía, boda. Los esperábamos pero sin ninguna hora concertada y la visita, que debía ser de médico incluyendo la entrega de los regalos de Reyes a los niños, se prolongó más de lo exigido por el protocolo etnometodológico: los pobres están más agobiados que ilusionados ante un evento que planearon como acto íntimo y ya se ha convertido, como no podía ser de otra manera, en celebración colectiva. Y lo que debería haber sido pura exterioridad se reveló como inherente a la acción porque participé de la dramatización y contribuí a su duración...

Con todo, el empleo del tiempo en la lectura del libro de Mansilla sin poder pasar a los otros dos no fue en vano. Juan Ramón Mansilla posee esa cualidad que me hace deseable, y atractiva, una clase de poesía para la que no estoy en absoluto dotado.

En general, como con la música, rara es la creación poética que no me provoca alguna reacción positiva. Disfruto con casi toda la poesía, excepto con la excesivamente elíptica, surreal y simbólica, en una palabra, excepto con la ininteligible. También con aquella más alejada de mis registros y simpatías estéticas y éticas. Y Fugaz es una buena muestra de esa poesía atenta al ritmo y la musicalidad y cuidadosa con la forma sin perderse en la estructura y sus exigencias, que experimento como lejana pero con la que me deleito.

Para quien es incapaz de escribir con la finura y la elegancia de aquellos que dominan muchas de las herencias de la tradición siempre es un placer leer esos textos que nunca podrá escribir.

10 de enero de 2010

10 de enero de 2010


Aunque el frío en la ciudad casi se podría decir que no es de verdad, que es un frío acondicionado, no deja por ello de ser disuasorio. Este frío de bolsillo, en Barcelona, es particularmente intenso y desagradable. Demasiada humedad. Si además le unimos el mítico horizonte estético de un Descartes de turno leyendo o escribiendo a la luz de las velas y la lumbre, tapado con una manta, recogido en la meditación entre frase y frase y dejándose llevar al final por la quietud, hoy es una magnífica oportunidad de quedarse estirado en el sofá y leer.

También el viernes lo podría haber sido pero si trabajas ni frío de "Lego" ni imagen mítica: se lee cuando se puede y donde se puede. Cansado y con el sofá en manos de tus descendientes y su televisión, o te acomodas en un lado y te abstraes del Disney Channel o te estiras en la cama. La solución del balancín, agradable y que cumpliría una cierta "literaturidad", se desvanece pronto. A los diez minutos, la lectura se hace pesada porque no hay ninguna luz de pie al lado y, o se ilumina totalmente el estudio o se enciende sólo la fase central. Cualquiera de las dos opciones le hace perder el escaso encanto que le quedaba: o la iluminación es excesiva o escasa. Hasta que compre una lámpara que lo acompañe decentemente sólo hay o sofá o cama. La estilización del entorno, tan importante para la estetización de la cotidianidad, se convierte en una tarea hercúlea que queda fuera de mi alcance pasados unos minutos.

El fin de semana, obviamente, el otium cum dignitate y la experiencia estética pueden desarrollarse. La fatiga tiene suficientes horas ante sí para expanderse. Llegada al límite, se contrae lo suficiente como para caer al subsuelo de la conciencia unas horas y hacer posible la construcción de la ficción.

Subo al salón y me llevo tres libros para pasar la tarde: la traducción de Day by day (Día a día) de Robert Lowell, Fugaz de Juan Ramón Mansilla y la largamente esperada traducción de Into that Darkness (Desde aquella oscuridad) de Gitta Sereny, el libro de conversaciones con el comandante de Treblinka Franz Stangl.

8 de enero de 2010

El poder pedagógico de la televisión: Sánchez Ferlosio



En un reciente artículo ("Televisión para niños"), Rafael Sánchez Ferlosio volvía a propinar un puntapié a la pedagogía hegemónica falsamente progresista y advertía brillantemente sobre la peligrosa voluntad pedagógica de la televisión. Ya Álvaro Valverde se hizo eco en su Blog de un texto de este estupendo texto:

"En la enseñanza, el poder pedagógico de la televisión se enfrenta a la debilidad de unas instituciones ya machacadas por las ocurrencias de Gobiernos sucesivos, la más destructiva de las cuales es la que prescribe que los contenidos de enseñanza sean aproximados a la condición y a las circunstancias personales del alumno, a lo que le sea más cercano y familiar: su pueblo, su comarca, sus costumbres... ¡Muy mal! Es el sujeto el que tiene que salir al encuentro del objeto, pues sólo en la separación y en el distanciamiento respecto de lo propio se experimenta el mundo como dueño de sí mismo y el objeto del conocimiento como ajeno, desobediente, inapropiable.

Jamás debió allanarse la separación entre la casa y el colegio, pues esa distancia podría hasta valer como figura del camino de todo conocer".

4 de enero de 2010

Source: Iain Chrichton Smith's "Christmas 1971"


Para Pablo


Nunca nevaba
pero mamá pronosticó que lo haría
cuando encontramos en la fría habitación de coser
los coches, la camisa, el pañuelo, la cafetera,
los soldados y los zapatos, envueltos todos en sus cajas
y rodeados con lazos de diferentes colores.
Se estrenó la cafetera y la casa olió
como hacía tiempo que no lo hacía.
Olió a un pasado de trabajo y prosperidad.
Miramos cómo mi padre se servía
una copa de aguardiente
mientras se arreglaba las mangas de la camisa de franela
y mi madre se alisaba el pañuelo
y, aunque aún no nevaba,
nos preparamos para salir todos juntos.
Nos atamos los cordones de los zapatos.
Dejamos atrás los bloques de apartamentos de pequeñas ventanas,
fachadas estucadas y calles sin asfaltar
y cayeron los primeros copos en la avenida.
Fue el momento.
Ellos delante y nosotros ligeramente rezagados
exhalando el vaho como tempranos fumadores,
el cielo emblanquecido tapando el sol,
el silencio de la mañana festiva en la ciudad.