8 de mayo de 2009

Nuevo libro de David González. Pathos, Ethos y violencia (II)



Decir que David González es un "exponente del realismo sucio", del "minimalismo", de la "poesía de la conciencia", de la "poesía comprometida", de la "poesía de no-ficción", entre otras categorías de las que tenga noticia en las que se le ha incluído (o incluso él mismo ha utilizado) en estos años, puede ser más o menos acertado para ciertos textos pero, en ningún caso, hace justicia a su obra.

Esto no quiere decir que sean inadecuadas o inservibles. Lo son, si las extendemos mecánicamente a todos sus escritos y las separamos de nuestros modelos teóricos y nuestras posiciones en el campo literario.

Así, si estamos, o creemos estar, en la posición más heterónoma del campo (la más comercial, oficial, bendecida simbólicamente por los medios productores de opinión y que obtiene más rendimiento económico de su creación) no es extraño que veamos en David González un "realista sucio".

Si, por contra, escribimos desde la más autónoma (la que busca más el reconocimiento de los pares que el beneficio económico, extraoficial en mayor o menor medida, y que apenas proporciona el suficiente capital como para dedicarse a tiempo completo) es normal que brote, por contra, un "poeta de la conciencia".

Esta autoobservación sobre la génesis de las clasificaciones, observación de segundo grado (observarnos como observadores y situarnos como objetos entre otros objetos) debería ayudarnos, a la hora de evaluar a un poeta, a disminuir los factores distorsionadores y limitar el dogmatismo de nuestras aserciones sin llegar a convertirnos en "tertulianos".

La crítica, en su sentido más amplio, navega por la falta de rigor y la palabrería. No nos podemos sustraer a su escasez epistemológica y su debilidad ética pero, al menos, podemos tener conciencia del terreno en que nos movemos y ser un poco más precavidos y menos charlatanes (quién lo diría!).

Apreciar su poesía no equivale a idolatrarla acríticamente. Tampoco a aplicarle los mecanismos taxonómicos al pie de la letra para convertirlo "en uno de los nuestros" o en "uno de los otros" y resolver rápidamente su expediente.

La poesía de David González no se deja clasificar cómodamente, ni resumir en una serie de tópicos que nos eximirían de una lectura atenta y cuidadosa de sus textos atenta a los matices, los desvíos, las sorpresas. Obviamente, no sólo la suya. Mal que me pese, tampoco la de García Montero por lo expuesto anteriormente.

Ahora bien, el relativismo "pijoprogre" que igualaría a ambos tiene un elemento de corrección fundamental que legitima mis ostensibles preferencias por David: las posiciones objetivas en el campo literario.

La de García Montero es "hegemónica" y "dominante". La de David González "marginal". Y sus producciones están marcadas por ello.

Los textos de García Montero ofrecen menos pluralidad y riqueza porque son generados desde una posición heterónoma respecto al campo del poder económico-simbólico. Un lugar que obedece, en mayor medida, a los códigos dominantes: gracias a este respeto por ellos su permanencia en el ala dominante se asegura y consolida.

Mientras, por su lejanía respecto al polo preponderante, los de David González no tendrían que cumplir con tanta exigencia los estándares que imponen las corporaciones editoriales y sus lobbys críticos. Situado en una región más subordinada del espacio literario está, en principio, en una posición más autónoma respecto a las coerciones y genera un repertorio escrito más distante de los usuales y más atractivo para aquellos que, como herederos de la tradición del formalismo ruso, gozamos de la literatura que "desautomatiza".

De ahí que, si lo considero uno de los más grandes poetas en lengua castellana actuales, no es sólo por una disposición subjetiva sino por una disposición objetivable: su posición periférica en el territorio literario le provee de una riqueza que no detentan aquellos que reinan en las grandes capitales.